Tengo delante el libro de Hugo Coya. Estación final, titula. En la portada se advierte que las fotografías las hizo Marina García Burgos y que en las páginas interiores nos vamos a topar con varias historias de peruanos que salvaron centenares de vidas durante la Segunda Guerra Mundial.

Coya lanzó este libro hace cuatro años. Y yo lo leí apenas apareció en librerías, y lo devoré como quien se devora un helado de fragola del 4D. Más o menos así. Porque se lee de un tirón, les cuento. Pues las historias que nos entrega el periodista son fascinantes. Estremecedoras. Y, por cierto, desconocidas para la mayoría de peruanos.

La cosa es que, de todas ellas, la que más aquilaté fue la de Magdalena Truel Larrabure, una peruana de la que se sabía poco o nada (nada, es, creo, la palabra exacta) hasta que Hugo Coya, a punta de viajes y cinco años de investigación, reconstruyó su épica historia.

Magdalena Truel, de padres franceses, nació en Lima en 1904. Coya la describe como una mujer ni fea ni guapa, austera, de naturaleza estoica, de profundas creencias católicas, y con un sentido de la justicia muy elevado. Estudió en el colegio San José de Cluny. Y le gustaba mucho la música criolla.

Al fallecer sus padres y complicarse su situación económica, se ve obligada a emigrar a Francia. En París, Magdalena estudió Filosofía en La Sorbona, y más tarde trabajó como asistente administrativa en un banco vasco, hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Y cuando la capital francesa es ocupada por los nazis, Magdalena se une a la Resistencia, dedicada a acciones de sabotaje, a la organización de protestas, a la divulgación de información clandestina y a la producción de documentación falsa.

Su incorporación no ocurrió inmediatamente, pues Truel sufre un accidente que la deja renga al poco de la invasión alemana. Pero cuando se recupera, Magdalena (o Madeleine, como le conocían en París) adopta el seudónimo de Marie y termina convirtiéndose en una pieza clave de esta suerte de ejército de las sombras, conformado por civiles. “Fue reconocida por todos como la mejor falsificadora de documentos del movimiento”, relata Hugo Coya en Estación final, salvando así a muchísimos soldados aliados que pudieron infiltrarse en las líneas enemigas sin ser descubiertos.

Pero la suerte de Truel cambia en 1944, cuando es sorprendida por los esbirros de Himmler. Magdalena es capturada por las SS. Y es torturada. Pese a ello, no delató a nadie.

Para hacerla corta, la envían a la prisión de Fresnes, en las afueras de París, y más tarde es trasladada al campo de concentración de Sachsenhausen, en Oranienburg, cerca de Berlín. Y en 1945, cuando el Ejército Rojo se aproxima a Sachsenhausen, los nazis deciden sacar a todos los prisioneros encadenados, sin alimentos ni agua, para conducirlos a LÜbeck, una ciudad ubicada a doscientos kilómetros de distancia. En estos traslados, denominados también como “marchas de la muerte”, los prisioneros que colapsaban, por fatiga o enfermedad, eran dejados a su suerte o ejecutados por los guardias. Magdalena muere en esa extenuante caminata, a escasos días de la rendición de Alemania, en Stolpe, donde fue enterrada.

La historia viene a cuento porque me acabo de enterar que, Danny Rodríguez, un norteamericano de raíces peruanas, quien trabaja en la industria del cine en California, leyó el libro de Hugo y se enamoró de la historia y de Magdalena Truel y de su compromiso por la libertad, y va a hacer una película millonaria, en la que ya está trabajando el guionista neoyorquino Francis Delia, y se está pensando en Audrey Tautou para que interprete a Magdalena. Y así.

Y Hugo Coya, claro, no se la termina de creer. Y no para de dar entrevistas para Alemania, Australia, Italia, y no sé qué otros medios extranjeros más. Y yo, la verdad, me alegro mucho por él, por el reconocimiento de su valía como periodista y porque eso de ver tu investigación convertida en una peli debe ser como que se te aparezca el genio de la lámpara y te cumpla un deseo. Me alegro por Hugo, decía, pero también me alegro por el país, porque gracias al trabajo de Hugo Coya y a la decisión de Rodríguez, quienes van a resucitar a Magdalena del olvido, nos van a regalar a una heroína de verdad. Algo que se agradece de todo corazón. Porque una carencia acuciante del Perú, ya saben, es que nos faltan héroes.


Tomado de La República. Columna El ojo de Mordor.