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"Estamos perdiendo la batalla contra la ilegalidad"

Una conversación con el periodista Jaime de Althaus sobre las realidades profundas de la vida política peruana, y cómo vienen las cosas en un año electoral. 

Publicado: 2015-03-07
Barranco es un distrito en el cual viviría feliz, creo. Es un lugar de cosas inadvertidas y bohemias. Es un espacio de hipsters que pasean en bicicleta, y es un espacio de apacibilidad para los intelectuales, escritores, artistas y periodistas que tienen la suerte de ser barranquinos. Como Jaime de Althaus, por ejemplo. Su departamento, además de confortable, tiene una vista maravillosa y privilegiada. Está frente al mar. Y desde ahí puede verse también el puente de los suspiros, el mirador que está detrás de la iglesia, a unos acróbatas preparando un número, y a un vendedor de sombreros de paja con pinta de rasta y es italiano. Este último dato lo sé porque él fue quien me indicó cómo llegar a la calle donde vive el director y conductor de la Hora N y columnista de El Comercio, quien me recibe sin sus acostumbradas y elegantes corbatas, sino en bluyín y mangas de camisa y me ofrece una incakola zero helada porque el calor arrecia. Y sin mayor preámbulo, porque sé que tiene un día apretado, empiezo a disparar:

Pareciera que estamos involucionando, en lugar de salir adelante. En términos económicos, estamos en azul, pero en materia institucional estamos cada vez peor. ¿Qué reformas políticas son urgentes para el país?
Las reformas políticas que requiere el país no se pueden plantear en términos de urgencia sino de importancia y de estabilidad.
Replanteo la pregunta entonces: ¿Cómo lograr una maquinaria institucional que le dé estabilidad al país en el largo plazo?

Lo que hemos tenido en los últimos 20 o 25 años ha sido un gran crecimiento económico, pero un decrecimiento institucional, si se puede decir así; salvo en algunos aspectos en los que sí ha habido mejoras institucionales. Como en todo lo que tiene que ver con la división de poderes, en comparación con el régimen de Fujimori.

"Lo que ha ocurrido a partir del año 2000 es que hemos pasado de un Estado centralizado, manejado con fuerza, a un Estado excesivamente descentralizado, anarquizado, feudalizado. Tenemos una feudalización política muy grande".
Bueno. En comparación con el régimen de Fujimori, todo es mucho mejor…
No, porque antes con Fujimori tenías un Estado que funcionaba, que mantenía la unidad. Ahora, lo que ha ocurrido a partir del año 2000 es que hemos pasado de un Estado centralizado, manejado con fuerza, a un Estado excesivamente descentralizado, anarquizado, feudalizado. Tenemos una feudalización política muy grande.
Sobre todo, tenemos un Estado cooptado.
Cooptado por redes ilícitas, por las mafias. Es el crimen organizado y las mafias los que están tomando diversas estructuras o aspectos del Estado.
Lo que ha ocurrido en la práctica es que, ya no tenemos una corrupción centralizada, sino descentralizada.

Exactamente. Pero no solo corrupción. Es también el avance de mafias organizadas. Por ejemplo, del narcotráfico, de la tala ilegal, de la minería ilegal, pero también de mafias de proveedores de los gobiernos regionales, mafias de extorsionadores, mafias de invasores de terrenos, mafias de construcción civil. Habría que hacer una tipología del conjunto de mafias que existen y que se articulan muchas de ellas entre sí.


"No solo no se está dando suficiente batalla contra la ilegalidad, sino que la batalla se está perdiendo". 
Planteado el panorama institucional como tú lo presentas, da miedo. ¿Tenemos futuro?
La gran batalla de los próximos años será el de la legalidad contra la ilegalidad, el de la institucionalidad contra la informalidad.
¿Y no se está dando esa batalla?
No solo no se está dando lo suficiente, sino que se está perdiendo.
Creo que decir “no se está dando lo suficiente” es muy generoso de tu parte. Para mí, no se está dando en ningún ámbito esa batalla.
Cuando se han empezado a dar las batallas, se han perdido. Por ejemplo, la famosa y mal llamada “Ley Pulpín”, que no era otra cosa que tratar de incorporar a los jóvenes al sector formal, fue dada para formalizar y era parte de la formalización del trabajo en el Perú, que es uno de los problemas estructurales más grandes.
Y la corrupción ha contaminado feamente los gobiernos regionales.
Los encarcelamientos de varios presidentes regionales que lideraban esas redes de corrupción en sus regiones se han convertido en casos emblemáticos en la Fiscalía y el Poder Judicial. Claro, esto avanza lentamente, y hay que estar con los ojos puestos encima, porque tú te descuidas y, simplemente, eso entra en dilaciones eternas y no funciona. Allí hay una batalla importante que librar

"tú te descuidas y eso entra en dilaciones eternas... ahí hay una batalla importante que librar"

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¿Por dónde empezar para institucionalizar?
Hay que actuar simultáneamente en todos los órdenes vinculados a la necesidad de construir institucionalidad, implantar el imperio de la ley, y esa es la gran agenda. Eso significa comenzar primero la reforma de la administración de justicia. Hay muchos fiscales, muchos jueces en el interior del país y en Lima que forman parte de redes ilícitas o redes de corrupción o que están vinculados o que apañan las cosas y santifican las cosas.
El gran problema es que la corrupción tiene carta de ciudadanía en el Perú y está en todas partes, en todas las instituciones…
Tienes que comenzar por allí. Por el sistema de administración de justicia. La reforma de la policía es fundamental. Creo que algo se ha empezado a hacer en el tema de la policía. Eso hay que profundizarlo muchísimo más. Tiene que aprobarse una ley que permita depurar la policía o sacar a los malos elementos.
¿Eso, o hacer una nueva policía?

Esa es una alternativa, la más radical, que es muy difícil de ejecutar. Pero sí se puede depurar el 10% o 15%, o un cierto porcentaje de la policía. Se necesita, luego, de que el Poder Judicial no los reponga. Tú los despides, los cesas y el Poder Judicial los repone. Eso está ocurriendo ahora con los directores en el sector Educación.

Además, tienes que reconstruir la investigación y la inteligencia policial. Se debe incorporar a gerentes públicos. Hay que tercerizar todo lo que se pueda tercerizar en la administración. Es decir, el manejo de la logística, los patrulleros. Debes tener gerentes públicos, y no policías como gerentes. Los policías a su labor. En fin, es toda una reestructuración que hay que hacer. Y también en el sistema penitenciario. Como sabemos, las cárceles son escuelas, fábricas, los headquarters, las oficinas centrales del crimen. Eso tiene que terminar.

¿Y cómo estamos en ese proceso?

Hay una reforma fundamental pendiente que debería unir el sistema judicial, el policial y el penitenciario. No funciona la relación entre los tres. Hay que mejorar el nuevo código procesal penal, que ha sido un avance en cierto sentido, porque ha permitido más celeridad e impunidad. Como es tan garantista, los policías no tienen los medios para probar los delitos y sueltan a los que delinquen. El problema está en que no hay atención primaria de la justicia, así como no hay atención en salud.

La victimización en el Perú es la más alta en América Latina por culpa de la pequeña delincuencia que te roba todo, y todo el tiempo. Lo capturan (al delincuente) y lo sueltan al toque, porque no reúne los requisitos para tener una pena de cuatro años, que es lo que se necesita para pasar a una cárcel, a una cárcel que te gradúa de delincuente para siempre.

Lo que se necesita es un sistema de pequeños centros de detención municipales o vinculados a las comisarías, donde al pequeño delincuente, una vez que ha sido capturado, sea juzgado por un juez municipal o en la misma comisaría, y lo mete en la cárcel, como ocurre en Estados Unidos o en otros países. La primera vez, una semana. La segunda vez, por reincidencia, un mes. La tercera o la cuarta, ya lo mandas a Lurigancho, o a donde sea. Pero con asistentes sociales, psicólogos que ayuden a la familia. En fin. Estamos hablando de un sistema que ataque en sus raíces el delito. Esa es una reforma fundamental. 

"Hay una reforma fundamental pendiente que debería unir el sistema judicial, el policial y el penitenciario. No funciona la relación entre los tres".
La policía es capaz de resolver un gran crimen, de derrotar al terrorismo, de descubrir a Orellana, pero no es capaz de tratar el pequeño crimen.
Pero todo eso supone un manejo fino de hacer política. De saber tomar decisiones políticas para que se ejecuten este tipo de reformas. Y eso no se hace. O porque no se les ocurre o porque no tienen idea de cómo hacerlo o porque les gana el día a día.
Como sea. Ya estamos prácticamente ante las elecciones del 2016, y el escenario es, nuevamente, pavoroso: Keiko, Alan García y el outsider de turno (donde podría ubicarse Urresti o Mauricio “Brad Pizza” Diez Canseco o Antauro, si sale libre, claro). ¿Qué hacemos ante esta perspectiva? ¿Nos cortamos las venas?

La clase política está embarcada en una guerra de insultos y ataques, desgraciadamente alimentada por el propio Gobierno. Se dio el diálogo, no pasaron ni 24 horas y el presidente Humala salió a atacar nuevamente a los partidos y políticos tradicionales, para decir que eran una sarta de ociosos y que se habían enriquecido con la política. ¿A quién se refería? A Alan García. Eso, al día siguiente del diálogo.

No puedes sentarte con tranquilidad a abordar los temas fundamentales si estás envuelto en una guerra de insultos y de ataques permanentemente, y que vienen desde el propio Gobierno. Ese diálogo podría, si se lleva adelante, tomar decisiones urgentes. Por ejemplo, proponer una ley que permita detener preventivamente a los organizadores de la marcha de Pichanaki. A estos etnocaceristas, agitadores, extremistas, que cometen delito, incluso para preparar esas cosas. Planificar el bloqueo de una carretera es un delito. Forzar a la gente, bajo amenazas y extorsiones, es un delito. Esa gente tiene que ser capturada “antes de”. Se necesita una ley que facilite al Estado poner orden. Una ley que le permita a la policía depurarse, sin necesidad de que los jueces respondan. Son dos o tres decisiones inmediatas que podrían tomarse en ese diálogo, porque requiere posición política, que demuestre que la democracia no es débil, boba, y que sí puede organizarse y tomar decisiones.

Resumiendo. ¿Cómo ves al Perú?
Lo veo, lamentablemente, mal. Se ha adelantado el cronograma electoral. El gobierno ya no está pensando en las reformas que se requieren, o en resolver los problemas fundamentales del país, sino está pensando en qué hacer para quedar bien en las próximas elecciones. Entonces, promete el incremento del salario mínimo vital.
¿Es la hora de la demagogía?

Es la hora de la demagogía. El gobierno cede y expulsa a Pluspetrol de Pichanaqui. Eso es un incentivo para que se multipliquen los Pichanaquis. Si el gobierno o el presidente Humala va a seguir insistiendo en atacar a la oposición por defender a Nadine, lo único que se va a crear es un clima encrispado, enervado, un caldo de cultivo para que florezcan todas esas acciones y desestabilizaciones regionales.

Se necesita realmente un alto al fuego y abordar dos o tres decisiones claves. Se necesita, además, reconstruir el sistema de partidos y la descentralización. Eso es fundamental.

"Se ha adelantado el cronograma electoral. El gobierno ya no está pensando en las reformas que se requieren, o en resolver los problemas fundamentales del país, sino está pensando en qué hacer para quedar bien en las próximas elecciones".
¿Qué personajes deberían intervenir más para dar más luces sobre las cosas que están pasando?
Aquí interviene todo el mundo, pero a nadie se le hace caso. Creo que deberían intervenir más los empresarios: la élite empresarial, que en el Perú suele, digamos, esconderse. Ahora, se supone, estamos en una economía abierta y los empresarios deberían estar interesados en que las cosas funcionen bien, porque dependen de sus propias fuerzas y de sus propias capacidades, y no de sus influencias en los pasillos de los ministerios.
¿Hay un nuevo libro en ciernes?
Estoy preparando algo sobre el gran tema de la informalidad. La reforma laboral es uno de los elementos fundamentales para resolver el problema de la informalidad, cuya solución ahora se ha vuelto cada vez más difícil por el aborto de la “Ley Pulpín”.
¿Y qué estás leyendo?
Estoy leyendo básicamente novelas en este momento.
Creo que es lo mejor, ¿no?. Para escapar un poco de la realidad, digo.
Así es.
¿Qué novelas?
Terminé Limonov, de Carrère. Ahorita estoy leyendo La Caída de los Gigantes de Ken Follet.
¿Cuál es tu héroe de ficción favorito?
Sandokán.
Sandokán es lo máximo.
Sí, claro. Yo le puse a mi hija el nombre de Mariana, porque Mariana era la mujer de la que estaba enamorado Sandokán.
¿Y cuál es tu personaje favorito de la política o del ámbito intelectual?
Winston Churchill. Un tipo extraordinario, de errores y de grandes méritos.
Si no fuera por él, el mundo sería nazi. Gracias a su visión, se ganó la guerra.
Tuvo la decisión de ganar la guerra. Los ingleses le creyeron, y él vio lo que iba a ocurrir. Porque los ingleses no querían armarse. Pero Churchill insistía en hacerlo. Y dijo: “Os dieron a escoger entre el deshonor y la guerra. Escogisteis el deshonor, y tendréis la guerra”.

Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

Después de todo

Un programa conducido por Pedro Salinas