En mi opinión –que comparto obviamente conmigo mismo, y no sé si con alguien más-, tanto disparate revela solamente un encendido fanatismo del peor signo. Violento. Recalcitrante. Irracional. Como suelen ser todos los fanatismos. 

Me refiero al exaltado escrito de una “exsierva” que firma “LULU LULITA”, y a quien llaman cariñosamente “Lucerito”. Que en realidad es una exmilitante de una de las ramas femeninas de Luis Fernando Figari, fundador del Sodalitium Christianae Vitae. La cofradía de mujeres se llama Siervas del Plan de Dios y fue alumbrada por Figari el 15 de agosto de 1998.

La acérrima reacción de la tal “Lucerito” va dirigida contra una nota publicada en la web chilena El Mostrador y que firma la periodista Camila Bustamante. El informe de Bustamante comprende diversos testimonios de exmiembras de esta sociedad religiosa que acusan rigores extremos, órdenes absurdas, maltratos físicos, vejámenes, insultos, técnicas de coerción psicológica, manipulaciones para alejar a las adolescentes de sus familias, abusos de todo tipo, y así.

Y claro. La obediencia enaltecida como valor supremo. “El que obedece nunca se equivoca”, reza uno de sus aforismos, que es el mismo que le impuso Figari a sus sodálites.

“Ellas decidían por mí”, confiesa Claudia Muñoz. La hermana V. P. le quiso imponer a Johanna Caro su vocación a la vida consagrada. Le dijo que su vocación “no era la matrimonial, sino la vida religiosa”. Y le dijo más, obvio. “Que cuando llegara a mi casa tenía que terminar con mi pololo”, relata Johanna, quien, por cierto, se negó a ello. Pero la hermana V. P., sin que le tiemble la ceja, volvió a la carga tratando de imponerse. “Si no rompes con tu pololo, no vas a cumplir con el Plan de Dios, y si no cumples con el Plan de Dios, jamás serás feliz”, o algo así, le repitió como un robot la hija de Figari.

Fernanda anota que su primera consejera espiritual la tuvo a los trece años. Recuerda: “No había ningún secreto (…) Sabían si me masturbaba, qué pensaba, qué hacía… Sabían todo”. Raquel señala que cada vez que cambiaba de consejera espiritual debía contarle nuevamente toda su vida, pero eso sí, enfatizando un hecho traumático relacionado con su sexualidad, y que le generase dolor y culpa. Tal cual.

Cynthia comenta sobre la enfermiza fijación de las siervas con la ropa. Elisa Salinas, madre de una exsierva, se explaya sobre cómo fueron separándola de su hija, lentamente, homeopáticamente, tratando de evitarlo pero sin éxito. “A mí lo que me molesta de las Siervas, para ser franco, es que las sacan (a las jóvenes) de su casa y se las llevan a otro país (usualmente, Perú), a otra realidad que es muy hermética”, subraya el sacerdote chileno Javier Vergara.

El reportaje es impactante. Y es, si no me equivoco, la primera investigación periodística sobre esta institución de beatas virginales cuyos estatutos y directrices y el nombre que llevan les fue impuesto por Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio y de las Siervas del Plan de Dios.

Y como era de esperarse, las reacciones contra la periodista no se dejaron esperar. Ahí está “Lucerito”, o LULU LULITA, o como se llame, quien escribe como si estuviese enferma de sí misma, despreciando lo que ignora y odiando lo que no entiende, fabricando paredones de papel para ajustarle cuentas a una periodista que solamente ha reunido testimonios para que relaten sus vivencias en esa comunidad creada y cimentada por el depredador sexual peruano.

Ella, dice, compara “el rigor” con las exigencias de un atleta. Ergo, no entiende ni comprende ni le da la gana de advertir cómo se recortaba la libertad de las adherentes ni cómo se mutilaba su espíritu de independencia, porque ello era “muerte para la comunidad”. “¡Ay, de la Sierva que deje su hábito, porque está muerta!”, les enrostraba Figari.

Pero la otra, ni cuenta se da del tema de fondo. Para ella, el grado de sumisión sin reserva al que se les arrastraba era algo normal. Para ella, el nivel de maltrato psicológico y físico –de corte “atlético”- que se les imponía era algo normal. Para ella, la represión sexual y la imposición de sentimientos de culpa y de vergüenza de la propia sexualidad era algo normal. Todo era normal. Porque… “¡así es la vida consagrada!”, aduce.

Y lo más alucinante. Lee entrelíneas conspiraciones que nadie más lee. “Esto parece más una campaña de desprestigio a la Iglesia Católica chilena”, chilla. “Ya se sabe que el escándalo (…) es la herramienta favorita del demonio”, exhorta. “Esto es un ataque más a la Iglesia”, remata.

Pero ya saben. El problema no es el reportaje de Camila Bustamante, ni de El Mostrador, ni de las chicas que decidieron hablar sobre su paso por el fundamentalismo figariano. El problema, ojo, tampoco es “Lucerito”, o LULU LULITA, o como se llame, ni lo es, por cierto, su texto. El problema seguimos siendo nosotros, que, bajo pretextos religiosos, y a pesar de todo lo que ya se conoce, nos hemos vuelto permisibles y pasivos ante este tipo de instituciones verticales y totalitarias que terminan extirpándole la libertad a nuestras hijas. Como hemos podido ver en este caso. Pues eso.